“Vestida de nubarrones por la parte oriental /de Medellín en calma aparente”. H. R. En 1975, cuando Helí Ramírez publicó este fragmento del poema Domingo sonando en el aire, Medellín ya había superado un millón de individuos, 1.100.082 habitantes, según el último censo de la época realizado en 1973. La población actual según proyecciones del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) se estima en 2.508.402 habtitantes. Desde entonces Medellín ha cambiado radicalmente, no sólo por el rastro de una violencia desbordada, sino por la capacidad de la ciudad y las comunidades de sobreponerse a esta.
Hoy en Medellín se conjugan la vida cotidiana del barrio con movimientos ciudadanos y colectivos que ponen en discusión lo diverso de una Medellín contemporánea, yuxtapuestas al modelo de urbanismo globalizado impulsado por la administración pública y nacional para la creación de macroproyectos y distritos económicos que llevan los subtítulos de naranja, innovación, creatividad, servicios e industria 4.0.
En el Ciclo de conversaciones La vida futura en Medellín del Centro Cultural Moravia se reúnen habitantes de la ciudad, académicos, líderes y lideresas comunitarias para soñar, para crear utopías alcanzables, para hacerse preguntas y comprender la historia y el presente. Durante la primera conversación participaron las lideresas comunitarias de Moravia Luz Mila Hernández y Gisela Quintero, los docentes de la Universidad Pontificia Bolivariana Daniel Gaviria (comunicador social) y Juan Miguel Gómez (arquitecto) e integrantes del colectivo Barber Art. La conversación fue moderada por Maria Juliana Yepes, comunicadora del centro cultural.
Han pasado cuarenta y cuatro años desde la publicación del poema de Helí Ramírez y aún hoy Medellín pareciera seguir en esa calma, aparente. Vivir en el 2019 en Medellín es un debatirse entre la duda y el miedo de un pasado violento continuado y arraigado, no tan lejano, y la certidumbre transaccionada por los discursos de transformación de las últimas cuatro administraciones públicas que insisten en colocar a la ciudad en la agenda internacional. El éxito del que ostentan las administraciones de Medellín sobre sus proyectos públicos se basa en un urbanismo social; y cabe resaltar que dentro de éste se matizan muchos procesos que han sido construidos fundamentalmente por la comunidad.
Se puede decir que esa calma aparente continúa cuando la crítica más fuerte que se escucha por estos días a la actual administración municipal (2016-2019) es el aumento de la violencia, a seis meses de relevar su gobierno. Una violencia que se comenta en los barrios pero disipada en el discurso oficial. Abril del 2019 fue el mes con mayor cantidad de homicidios en cinco años, 71 en total. Para el 6 de junio la cifra de homicidios reportados este año es de 312. Y aunque durante las administraciones anteriores (2008-2011 y 2012-2015) se registraron más homicidios por año que en la actual administración (exceptuando el 2015 que ha sido el año con la menor cantidad de asesinatos registrados desde el 2009 hasta hoy, 496 en total), hubo una disminución en promedio por año de homicidios respecto al año anterior entre el 2009 y el 2015 del 21.65%, mientras que desde el 2016 hasta el 2018 los homicidios se han incrementado por año en un promedio de 8.36%.
Se vuelve más paradójico cuando la seguridad es una de las propuestas con mayor énfasis de la campaña la política del alcalde Federico Gutiérrez. Algunas medidas en temas de seguridad que se han tomado en su administración son la adquisición de un helicóptero para la Policía Metropolitana de Medellín, la incorporación de 1200 cámaras (aún en proceso) en la calle, la intervención policial y militar en la comuna 13 que alertó a la opinión pública, y la captura de 3.000 personas, entre ellos 136 cabecillas de grupos delincuenciales.
Es a esta situación de contrastes de Medellín actual a la que se refiere Daniel Gaviria cuando opina que en el “2019 la ciudad se parece mucho a 1999 y a 1989. Es como si viviéramos la combinación de la época dura de Pablo Escobar con la época dura de los procesos paramilitares y las milicias urbanas en Medellín, diseminado. Con un montón de procesos interesantes y valiosos pero con una sensación de miedo horrible, sobre todo cuando llegan las campañas electorales”.
Helí Ramírez en sus poemas habla de muertes, atracos, combos, violaciones; de besos, amores, calles, barrios, atardeceres y de algo muy propio de la Medellín de las últimas décadas del siglo XX hasta hoy: de actos de resistencia. En el 2019 en la ciudad se hacen más visibles procesos comunitarios y ciudadanos que buscan una vida más tranquila y equitativa.
Estos procesos tienen formas de actuar complementarias y vinculadas. Por un lado, las prácticas de autogestión y resistencia de las comunidades barriales, fortalecidas en los asentamientos informales gestados desde la década de 1950 hasta hoy. Por otro lado, las iniciativas ciudadanas de colectivos y habitantes, cercanas a discursos y prácticas contemporáneas del mundo como economía solidaria, equidad de género, feminismo, diversidad de género y sexual, derecho a la ciudad, reducción del consumismo, protección del medio ambiente, derechos humanos, alimentación orgánica, economía circular, dignidad laboral. Estas iniciativas ciudadanas se conjugan con las prácticas propias de los barrios y hacen circular en las conversaciones cotidianas temas de fenómenos globales actuales contextualizados en Medellín. Se pueden citar, por ejemplo, a diversos espacios y colectivos como Platohedro, Unloquer, Göra, Proyecto NN, Casa Morada, Lunes de Ciudad, Barber Art, NoCopio, Manzana Radio, Bicicine, Lluvia de Orión, Ciudad Comuna, Concervezatorio, Pasolini en Medellín, Plazarte, La Artivista, Laureles Respira, Urban Lab Medellín Berlín, Lo doy porque quiero, Hiedras Conversan, Motivando a la Gyal, Las Guamas, Datos Abiertos Medellín; una lista que continúa y que cada año parece alargarse más.
Martín Cortés líder del colectivo Barber Art estuvo también conversando en el Centro Cultural Moravia. Barber Art es un ejemplo de cómo estas prácticas contemporáneas y comunitarias. Es un grupo de barberos que le dio un giro a su labor al entender su oficio como “receptor y emisor de información”, un canal de comunicación de la comunidad. Se forman en la técnica de la barbería así como en artes plásticas, artes escénicas, comunicaciones y lectura para poder narrar esas historias de vidas y del barrio que les cuentan las personas mientras les hacen sus cortes.
Al mismo tiempo que se trama este dinamismo, desde las oficinas de la Alpujarra se insiste en envolver a Medellín con el manto de la innovación, la tecnología, la industria cultural, la cuarta revolución industrial; palabras que sugieren una priorización de la ganancia económica, de la búsqueda de la inversión extranjera, sobre el vivir bien de la comunidad, a pesar de que en los documentos oficiales se presenten al lado de conceptos como inversión o urbanismo social. “Con la pregunta sobre cómo vamos a vivir también hay que hacerse la pregunta de quiénes vamos a vivir, o para quién se está pensando la vida futura en Medellín (…) ¿es los empresarios, ciertas clases, ciertas élites o ciertas maneras de entender la ciudad?, (…) Anulando y negando otras formas de habitarla”, dice Daniel.
¿Cómo diseñar una ciudad para vivir?
“Poraquí /No tenemos carro de basura /Ni árboles en las esquinas /Ni lámparas en la frente de las casas /No hay nomenclatura /No hay agua La sed hace de las suyas /Cuando recibe un beso /Porque /Poraquí /Nos reunimos en las esquinas” dice otro poema de Helí Ramírez también publicado en 1975 en el libro La ausencia del descanso, editado por la Universidad de Antioquia.
Diseñar es “darle forma a la vida”, dice Juan Miguel. “Cuando uno estudio arquitectura se vuelve de repente autoritario porque uno diseña el espacio donde se desarrolla la cotidianidad, la vida. Se puede magnificar o aplastar por completo” y agrega que “el barrio no es perfección y ojalá la ciudad tampoco sea el ideal de perfección, por eso los modelos de ciudad desde la academia deberían borrarse, porque un modelo es autoritario”.
Moravia es uno de los barrios que se diseñó a sí mismo mediante la gestión comunitaria y es hoy un barrio integrado a Medellín, ubicado en una de sus zonas más centrales. Es un cambio de panorama tras haber nacido como un barrio informal en 1956. Un gran porcentaje de la población de este barrio, así como de muchos barrios de la ciudad, está compuesta por inmigrantes campesinos, muchos de ellos desplazados por el conflicto armado. Luz Mila cuenta que para poder habitar el territorio de Moravia dentro de la legalidad se hizo un pacto con la Alcaldía llamado “Bonos de ayuda mutua. Un día nos paramos frente a la Alcaldía y dijimos ‘bueno, no tenemos dinero, entonces les vamos a pagar esta tierra con trabajo’ y nos pusimos a trabajar todos, trazamos las calles, pusimos los alcantarillados, pusimos la luz. Todo lo hicimos empíricamente“, sin contar con un arquitecto. “Ha sido una lucha continua desde los tiempos del padre Vicente Mejía, de los de curas de la Golconda que vinieron a decirle al pueblo ‘quédense acá que esta tierra es de todos’ (…) Moravia ha sido receptor de todas las violencias de este país, (…) [llegó] a ser el barrio más violento, de la ciudad más violenta en los tiempos duros de Colombia, acá no entraba un carro un militar, un policía, no entraba nadie”. Y es hoy uno de los barrios atizados por la renovación urbana a través del Plan Parcial Moravia (Decreto 0321 de 2018).
Gisela es investigadora comunitaria e integrante del Observatorio de seguridad humana de la Universidad de Antioquia. Define a Moravia como un Observatorio de Gestión Social. La historia de Moravia es la misma historia de muchos barrios de Medellín que comenzaron como asentamientos ilegales. Gisela también fue habitante de la comuna 8, en Pinares del oriente, “había sobrepoblación, un sector que no tenía nada, viviendas en madera, y empieza una alerta: los van a desalojar. Ya allá había antecedente de tres desalojos, era el cuarto. Lo primero que pienso es aquí hay que organizarnos”. Y esa capacidad de organización la formó como una lideresa comunitaria. “Cuando nos organizamos pensamos el territorio. ´No tenemos papel que nos acredite, no hay agua, no hay energía, no hay nada’, entonces empezamos a preguntarnos cómo vamos a trazar los caminos o cómo vamos a pedir los servicios básicos”, y además agrega que la reivindicación de las víctimas del conflicto armado es el derecho a la tierra.
Para Gisela definirse como una investigadora comunitaria es ser una habitante que aprende de su territorio al recorrerlo, “los territorios hay que patoniarlos, conocerlos”, haciendo gestión con sus vecinos, aprendiendo empíricamente y estudiando los términos y documentos públicos que tengan implicaciones dentro de su territorio. Juan Miguel dice que estos procesos generan “unas comunidades más fuertes y con unas posibilidades de hablar de otra manera (…) liderazgos que tiene un lenguaje técnico, que invitan a los jóvenes, que tiene los artículos claros, eso ya es otro cuento y de alguna manera es una esperanza”.
Y precisamente una de las críticas que se le ha hecho a las administraciones desde las comunidades es que planean desde un escritorio, pero no van al territorio para saber qué se encuentra allí, cómo es el ecosistema, qué especies lo habitan, cómo está organizada la población, antes de planear un proyecto urbano. Luz Mila agrega que “esta ciudad, y es preocupante también, no está pensada para la población que tiene”.
¿Qué tanto conocemos los habitantes de Medellín los macroproyectos urbanos e intervenciones que se planean y adelantan para los territorios donde vivimos? En el Plan de Ordenamiento Territorial 2014-2027 se determinan las Áreas de Intervención Estratégica, donde se imaginan distritos económicos e infraestructuras nuevas para la ciudad.
Para respondernos la pregunta de cómo vamos a vivir en Medellín, recurrimos a la utopía, a los sueños, a los ideales. Daniel invita a aprender del sociólogo Hugo Zemelman su idea de utopía: alcanzable, en un contexto concreto e indeterminable, es decir, que pueda cambiar en el tiempo. Maria Juliana, por otro lado, nos hace la pregunta por la ucronía, un género literario en el que se plantean realidades alternativas donde las historias tienen otros finales y desarrollo. ¿Cómo sería Medellín hoy si no hubieran existido personajes como Pablo Escobar o alias Don Berna?, ¿cómo serían los barrios de la periferia si la municipalidad los hubiera acogido sin tanta lucha de por medio? Pero más importante que imaginarnos un pasado que no podemos cambiar, es preguntarnos hoy, en este momento dinámico y diverso de Medellín, qué podemos hacer para un futuro real más cercano a la utopía, para vivir una calma que no tenga que aparentarse.