Orley tiene 47 años, Miller 19. Ambos habitan en Moravia y recorren sus calles contando relatos, recuerdos, anécdotas y vivencias para que otras personas, ya sea de Medellín o del exterior, conozcan la cotidianidad moravita y algunos momentos clave de su historia.
Dos generaciones distintas se aproximan en esta entrevista, para intercambiar visiones sobre lo que significa realizar recorridos guiados, en un oficio que trasciende lo “turístico” para acercarse a la vida y la historia que vibra en las calles.
¿Por qué ser guía de turismo comunitario?
Es un tema que me llama mucho la atención. Se trata de generar en las personas que vienen a Moravia un cambio, una experiencia significativa que hace no que te reconozcan a ti, porque no me importa ser reconocido, si no cambiar la percepción sobre el barrio. Este es un
tema que involucra no solamente a quienes nos visitan, sino también a quienes viven en la comunidad, para hacer un turismo que sea sostenible y pensar en la sostenibilidad es estar en constante organización.
¿Cuál es la reacción de los visitantes cuando recorren Moravia?
Cuando la gente viene hay un asombro porque se sacan un estigma que tenían tal vez en la cabeza, o porque vienen y se informan más sobre un tema, o por que vienen ya enfocados a saber algo y a querer investigar, y a querer asombrarse, a dejarse sorprender por toda esa astronomía, cultura, imagen y arte que hay en Moravia.
¿Qué responsabilidad asume usted como guía del territorio?
Son muchas porque por un lado está la experiencia que uno debe generarle al turista, mirar que si esté a gusto, que pueda ver una realidad oculta. Por otro lado, está el tema logístico, organizar diferentes actividades, contactar con las personas del barrio, saber los lugares que vas a visitar. También es como hacerlo todo por pasión, todas esas actividades que uno hace hay que gozarlas mucho. Si no hay pasión, es bobada que una persona sea guía.
¿Cuál es tu lugar favorito del recorrido? ¿Por qué?
Pues yo tengo dos lugares favoritos en el recorrido. Primero está el mural de los indígenas, donde se ve el nombre de Moravia, ahí por el Centro de Desarrollo Cultural, al lado de la quebrada la Bermejala. Me gusta mucho ese mural, porque pienso que da esa representación de la diversidad que hay en el barrio. El otro lugar son las escaleras del Oasis, porque como estudiante egresado de la I.E. Fe y Alegría Luis Amigó, cuando se construyeron, nosotros ayudamos a construirlas, a “tarriar”, a organizar. Entonces es como ese orgullo y esa satisfacción, y esa vanidad de poder mostrar algo positivo y una contribución a la comunidad, es, mostrar que en acción conjunta, se pueden lograr las cosas.
¿Cuáles son los mayores retos del turismo comunitario?
Son varios. Cuando hablamos de turismo comunitario, estamos hablando de un beneficio para la comunidad, entonces hay que hacer un pacto y una contribución con la comunidad, coordinar con los diversos guías, pensar cómo se verá impactado el territorio para que no se vaya a cambiar nada. Otro reto es el conocimiento sobre el barrio y pensar la experiencia que las diferentes personas van a tener tanto el turista,como quien está vendiendo una gaseosa, quien está ofreciendo algún servicio.
¿Por qué ser guía de turismo comunitario?
A través de la memoria y la historia, quiero contar lo que fue, lo que es y lo que quiere ser Moravia por medio de una experiencia de turismo comunitario que se da cuando el recurso queda en la comunidad. Somos turistas en nuestro propio barrio.
¿Cuál es la reacción de los visitantes cuando recorren Moravia?
Llegan muy prejuiciosos, por eso al inicio del recorrido siempre les pregunto ¿Qué han escuchado de Moravia? Algunos se miran y responden: que fue violento, que fue el basurero, que sus habitantes son invasores, desplazados. Ese es el punto de partida para contarles las bondades y cómo ha salido adelante el barrio, haciendo énfasis en que el desarrollo ha sido gracias a las iniciativas comunitarias.
¿Qué responsabilidad asume usted como guía del territorio?
El compromiso de cambiar el imaginario a la gente que viene, no quedándonos con lo que siempre hemos escuchado sino mostrando el proceso de transformación gracias al poyo mutuo de la comunidad.
¿Cuál es su lugar favorito del recorrido? ¿Por qué?
El Centro Cultural, porque es un sueño comunitario. Fue pensado y soñado desde las necesidades de la comunidad. Todo lo que pasa ahí internamente es iniciativa de los habitantes. Desde el eslogan “La casa de todos” y el logotipo que es un corazón.
Este es un proceso que surge en el año 2000 donde aparece el término de “Comunidad Tripartita”: iniciativa, sueño comunitario y voluntad política. Es un espacio de transformación en todos los niveles. En el CDCM lo más importante es el ser humano. Siempre trato de tener la mayoría de la información de acá, de los talleres, eventos. De las 24 horas del día, yo paso 40 horas allá, ya ni me llaman a la casa porque permanezco en el Centro.
¿Cuáles son los mayores retos del turismo comunitario?
El mayor reto es demostrarle a la gente que mientras la comunidad se una y se reconozca puede salir adelante para que surjan muchas iniciativas. No se trata de que vengan solo por la tarea, o por la investigación. La idea es que después vuelvan y se articulen a otros procesos que tiene el barrio para crear conciencia y así se va cambiando ese imaginario social.
Otro reto es el de la credibilidad, siempre se deben mostrar los verdaderos datos y aunque no sea una verdad absoluta el guía debe asegurarse que la información que tiene tenga relación con la historia, para tener la capacidad de responder las preguntas y hablar de un contexto general.
Fuente: Revista ¿Qué Pasa? – Edición 29 / Memorias barriales
Por: Verónica Bárcenas y Diego Galeno
Fotos: Yazz Rodríguez, Diego Galeano