Fotos contadas


Los lugares y las huellas

Si asumimos que el espacio que habitamos y nos habita se convierte en el referente para caminar y entender el mundo, comprenderemos que en estas fotografías la casa, la esquina, el rancho, el morro, no son solo referencias espaciales. Más allá de su dimensión geográfica, estos lugares están llenos de significados y afectos pues allí ocurren las historias, (las propias, las de antes, las del ahora).

Volvemos la mirada a estas imágenes, para indagar por los recuerdos que se producen en esa interacción perpetua con la geografía del barrio. Nos han dicho hasta el cansancio que una imagen vale más que mil palabras. En este ejercicio narrativo creamos un lenguaje solidario entre antiguas fotos de archivo y los historias que en ellas ocurren a partir de los testimonios de sus protagonistas, quienes décadas después
reconocen en las fotos los lugares y personas que marcaron su historia.

Vicente Mejía / Giovanna Pezzotti

Ese ranchito que se ve ahí es mi casa. Yo creo que era un día domingo, cuando el padre Vicente Mejía hacía la misa en la ramada. En una de esas misas el padre bautizó el barrio como Fidel Castro, que fue el primer nombre que tuvo. Después el ranchito se volvió una casa de material, la primera que hubo en el barrio. El padre me dijo: Heroína usted como es de echada para delante cambie esa casa de bahareque por una de material. Él me animó y fue así como un domingo gente de los demás sectores tugurianos me dijeron que me iban a ayudar. Llegaron como a las siete y media de la mañana un montón de personas de los demás barrios que sabían construcción. Terminaron como a los ocho de la noche, a cambio de un sancocho que era lo que yo tenía para darles.

El padre nos decía que la injusticia era también un pecado. Yo andaba con él para allá y pa’ acá y yo era feliz, yo creía que estaba andando como con el Señor al lado. Mucho de lo que nosotros hemos podido vivir para desarrollar las transformaciones de nuestro barrio ha sido por lo que él nos inculcó, porque nos decía que no éramos ratas, que éramos personas.

Al padre se le veía en los sermones ese amor por nosotros los tugurianos, nos animaba a luchar para defender lo que era de nosotros, por eso hemos trabajado mucho por tener una vivienda digna. Este territorio yo creo que lo dejo cuando me muera, porque es lo único que yo he tenido. Heroína Córdoba

Mamá Chila en su casa / Archivo Mamá Chila

Ese lugar es donde era mi casa, que quedaba en la carrera 57# 84-68, nunca se me va a olvidar la dirección, pero en ese momento creo que ni nomenclatura tenía. Mi casa era como una finca, entonces la llamaban la finquita de Moravia, y estaba en una loma desde donde veíamos pasar el tren. Eso era todo un espectáculo, como en el tren transportaban carbón y materiales los trabajadores iban encima y hacían bulla, entonces mi mamá y mi abuela gozaban saludándolos.

Me acuerdo mucho que al principio entrar la casa era muy complicado, porque era pantano, y se le ponían unos pedazos de adobe o de piedra y cuando llovía eso era una cosa loca, porque para subir teníamos que subir casi que gateando. Teníamos que cargar zapatos para andar en el pantano y los zapatos para andar en la casa, y un trapito para limpiar si queríamos tener zapatos limpios.
Esa foto es de la década del 80, mi mamá ahí está joven todavía pero ya era madre comunitaria, trabajaba con el grupo del adulto mayor y por los niños. La foto me trae muchos recuerdos. Pienso por ejemplo que las navidades más bonitas que yo he pasado fueron ahí en esa casa cuando éramos niños.

Ahora en ese lote, donde quedaba la finquita, está el Hogar Infantil Mamá Chila, en honor a Chila mi mamá. Gloria Ospina.

Camión de basura / Giovanna Pezzotti

Para mí la basura significó bienestar, trabajo, ingresos, alimentación porque fue una de las fuentes de empleo que tuvimos. Al morro llegaban basuras de muchas empresas, de sectores industriales como la Noel, Zenú, de la plaza de mercado que en esos años era la Plaza Cisneros y eso nos daba alimentación porque venía comida buena que se seleccionaba. Se obtenían también prendas de vestir porque venía ropa, zapatos que utilizábamos.

Con los años empezó la intervención en el morro. Por casualidad de la vida me llamó una ingeniera para que le ayudara a hacer un sistema de riego y apoyara trabajos de jardinería. Con gusto yo me ofrecí y pasó una cosa que nunca llegué a pensar y fue volver al morro donde me crié, donde llegué a la edad de 8 o 9 años y apoyar a transformar una montaña de basura en una montaña de jardín. Francisco Javier Ramírez.


Fuente: Revista ¿Qué Pasa? – Edición 29 / Memorias barriales

Por: Redacción ¿Qué Pasa?

Relacionados