Las amenazas a la vida en Colombia: entrevista con Catherine Vieira


Hablar hoy de ecología o naturaleza aún tiene esa marca de origen que separa lo humano de lo que no lo es. En la medida  en que ese simbolismo sobre “el hombre” y “lo otro”,  que es la naturaleza, continúe expresándose de manera dividida en la cotidianidad, la acción ambiental seguirá siendo esquiva al principio de la coexistencia, y por lo tanto, su accionar será en beneficio aparente para el ser humano, desde una perspectiva patriarcal.

Este contenido hace parte de ‘El bucle socioambiental’, una exposición virtual que hace parte de la estrategia de narrativas para el Cambio Social ¿Qué Pasa?.

María Juliana Yepes, Comunicadora con énfasis en Gestión del Conocimiento del Centro Cultural habló con Catherine Vieira, Politóloga, Magíster en Estudios Humanísticos, docente de la Universidad de Antioquia e investigadora de temas socioambientales y culturales. Sus áreas de profundización giran alrededor de los conflictos socioambientales o conflictos ecológico distributivos, contaminación urbana, urbanización de la naturaleza, fenómenos extractivos y (des)equilibrios, codependencias e (in)justicias urbano-regionales y urbano-rurales. Asuntos que están directamente relacionados con las reflexiones sobre América Latina, la teoría del Estado, las ciudadanías y subjetividades políticas, la participación, las acciones colectivas, la movilización social, el pensamiento ambiental complejo y la educación socioambiental. Asimismo ha trabado en asuntos relacionados con la movilización ciudadana, el arte y la creatividad, y en el campo de la gestión de la cultura.

Entrevista

María Juliana: Cada año el área de Circulación de contenidos culturales del Centro de Desarrollo Cultural de Moravia, realiza un Festival denominado “Festival de Músicas Campesinas”, una semana cultural donde aprendemos, reflexionamos y disfrutamos de las expresiones del campo, y su relación con la ciudad. Para este año desde el equipo de Comunicaciones del CDCM construimos la imagen del Festival pensando en tres conflictos socioambientales que viven hoy los territorios campesinos del país y que son amanezas constantes a la vida en Colombia, y de eso queremos que se trate esta conversación. La pregunta central es:

¿Qué pasa con las vidas de las comunidades campesinas cuando aparece el monocultivo, el extractivismo y el olvido?

Foto: VamosAPaziar —Catherine Vieira.

Monocultivo

Catherine: Empecemos por definir qué es un monocultivo: una forma de producción agrícola que consiste en dedicar toda la tierra que se tiene disponible al cultivo de una sola especie vegetal y cuyo objetivo es la producción a gran escala. En ese sentido, podríamos asegurar que esta forma de producción es extractiva. Una forma minera de hacer “agricultura”, donde las fincas o granjas agrarias pasaron a llamarse “explotaciones”. Además, degradan los suelos y todo el encadenamiento productivo, desde la siembra hasta el consumo final. 

Los monocultivos son grandes emisores de Gases de Efecto Invernadero (GEI), por su dependencia a los hidrocarburos y su irracionalidad energética. Quienes defienden esta forma, argumentan varias razones, entre ellas: bajos precios, producción masiva y sustitución de la mano de obra. Es complejo rebatir esto tras 50 años de sentido común neoliberal y subjetividades forjadas alrededor del desarrollismo, la dependencia a hidrocarburos y minerales. 

Cuando hablamos de las vidas de las comunidades campesinas, para responder a tu pregunta concreta, podríamos decir que las y los campesinos han sido sometidos a torturas. Sus paisajes agroculturales/rurales cambian ante sus ojos, ese terruño, ese lugar amado, se transforma en un lugar degradado y contaminado por el uso de agrotóxicos, semillas patentadas y fertilizantes agroindustriales. Sus territorios-cuerpos son fagocitados y socavados por la lógica expansiva del capital. Sus cultivos, reconvertidos en productos o commodities. Sus mundos y modos de vida, antes horizontales y fluidos, sometidos a las verticalidades extractivas, que producen expropiación, desterritorialización así como la implantación paulatina de monoculturas exógenas. 

Los monocultivos y su correlato monocultural son una guerra contra los mundos de las agro-culturas, del campesinado. Podemos asegurar que la “agricultura moderna” no es en sentido estricto “agricultura”, puesto que la agricultura significa el cultivo de la tierra para la producción humana de la vida. ‘Agri’ es tierra, ‘cultura’ significa ‘cultivar’, y ‘cultivar’ deriva de la palabra ‘cuidar’. Sin duda, y por las razones expuestas anteriormente, el monocultivo no lo es.

María Juliana: A partir de la explicación anterior, quisiera que ahondaras en los efectos del monocultivo en las sociedades, y sobre todo en las agroculturales:

Catherine: El metabolismo socioecológico roto implica que la vida no se ha puesto en el centro, ni tampoco ha primado la reproducción humana, sino más bien, la reproducción intensiva y extensiva del capital, además es contra-natura, por su simplificación biológica, la pérdida de saberes y sabores, la uniformización racional-tecnológica. Muchos de nuestros pueblos hacedores de alimentos se han visto sometidos a esta lógica. Nosotros en las ciudades también. No sabemos de dónde vienen los alimentos. Olvidamos pensar en lo básico. Además tenemos una alta dependencia alimentaria del Norte Global. En ese sentido nuestra soberanía alimentaria está comprometida. 

Preocupa el Decreto 523 del 2020, que refuerza aún más esa dependencia. Colombia es el primer destino en Sur América en importar alimentos procesados desde los Estados Unidos, pero también importa de Canadá y China. Esta dependencia podría agravar el hambre, pero además las enfermedades porque la mayoría de las personas consumen alimentos fumigados o ultraprocesados. El monocultivo es funcional al agronegocio, pero este es a su vez un agrogenocidio y un ecocidio. Las y los campesinos han sido despojados de el proceso naturaleza-tierra, cuerpos-poblaciones/tierras trabajadas y cultivadas. Las vidas campesinas pendulan en ese triángulo de muerte: crisis climática, pérdida de la biodiversidad y crisis alimentaria. Y desde aquí, desde las ciudades, tan desconectados de las tramas de la vida, por omisión e ignorancia, incrementamos ese hoyo “negro de la biósfera”, cada vez más grande, más devastador y más al borde del colapso. Por eso comprar comida es un acto político, y la opción no puede ser los conocidos almacenes de cadena, grandes y supuestamente barriales, sino comprarle a los agricultores que apuestan por la comida orgánica, de cercanía y con una apuesta sociopolítica.

Extractivismo

María Juliana: El extractivismo pareciera ser la forma que engloba la amenaza del monocultivo, la pérdida de la memoria, entre otras. En tus palabras, explícanos por favor este concepto.

Catherine: Para autores como el uruguayo Eduardo Gudynas, el extractivismo es un caso particular de extracción de bienes comunes naturales que se diferencia de otras prácticas, por su volumen, intensidad y destino, al que se le asocian otros términos como materias primas, commodities o bienes primarios, con una fuerte demanda global y con altos impactos ecosistémicos a nivel local. Los territorios y sus comunidades son aprovechados por los actores económicos por su localización geográfica, la mano de obra disponible y la biodiversidad que detentan, para reconvertirlos en activos y en riqueza. De esta manera, usan ordenan y le dan sentido a los territorios. Esto por supuesto produce y redistribuye ventajas y desventajas socioecológicas de manera desigual, produce injusticias socioambientales.

Ese intercambio ecológicamente desigual es heredero de la teoría de la dependencia, puesto que se trasladan las mayores cargas ambientales, a los países que exportan sus bienes comunes naturales. Pero además, se debe discutir “la naturaleza ecológica y social de una región”, es como decir: es que ese pueblo es cafetero, o es minero, o es petrolero. Los lugares son sometidos a la construcción política y por supuesto, después se naturalizan como si fuera su “destino inevitable”. Para Gudynas, el extractivismo está acompañado de un proceso de extrahección, que se comprende como el despojo de manera violenta de las tierras, el agua y las poblaciones, a través de la imposición del poder y la violación de los derechos humanos y de la naturaleza. En ese sentido, en nuestro caso concreto, podríamos afirmar que Colombia es un gran laboratorio del despojo y de los territorios de sacrificio.  Esto quiere decir, que en las centralidades se genera acumulación a costa de otros que son expoliados.

El extractivismo es, sin duda, el signo de la crisis ecológica actual, y eso implica una crisis en la forma de definir y producir lo humano, la vida y su sentido. Tenemos extractivismos mineros, petroleros, forestales, turísticos, académicos, etc. 

A diferencia de Gudynas, Horacio Machado-Aráoz considera que el extractivismo no es “una etapa”, sino que el capitalismo nace de, se expande con, y a través de, el extractivismo. No puede prescindir del imperialismo ecológico, ni de la apropiación desigual del mundo. En ese sentido, es la raíz, el efecto y la condición para el despliegue del capitalismo y requiere de una organización colonial del mundo para su reproducción. Por eso sus orígenes están en la modernidad / colonialidad / patriarcalidad. El extractivismo se originó en el siglo XVI en América, cuando se asentó la economía de la sociedad colonial, que transformó los mundos y los modos de vivir, porque ya la producción no giró en torno al aseguramiento de la vida, sino a producir valor abstracto. La tierra y los cuerpos se convirtieron en objetos transables. 

María Juliana: ¿Y en ese sentido, qué pasa entonces cuando el extractivismo se asienta en la vida de las comunidades?

¿Qué pasa entonces con la vida de las comunidades campesinas ante este fenómeno / lógica / necropolítica?  Pues que la vida pasa a un segundo plano y se inicia una guerra contra sus socio-bio-saberes. Su labor se vuelve mano de obra esclava o abaratada. Sus tierras se convierten en objeto de codicia, símbolo de la acumulación, del poder económico y político e instrumento de la conquista. ¿Cómo pensar eso en América del Sur y en específico en Colombia donde el latifundio y la concentración de la tierra está en unas pocas manos, familias, que además dirigen los destinos del Estado? 

No obstante, hay experiencias esperanzadoras, las de los pluriversos con horizontes otros de vida, de sentidos, como la experiencia de la Minga Hacia Adentro, los cultivos y el trueque, en el marco del COVID-19 por parte del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). Iniciativas como ésta le hacen frente a la lógica de muerte y pulsan por vivir.

Extractivismo

María Juliana: Hace unos meses Hacemos Memoria publicó un artículo que alerta sobre sobre el riesgo en el que se encuentran los archivos del Salón del Nunca Más (Granada, Antioquia), debido a la ausencia estatal en el cuidado documental. Esto se relaciona con otro caso en marzo de este año en el que la Asociación Minga ONG, defensora de los Derechos Humanos, decide retirar los archivos del Centro Nacional de Memoria Histórica que documentan 25 años de conflicto armado en El Catatumbo, Norte de Santander, 31.265 folios que incluyen información sobre actos cometidos por paramilitares, miembros del Ejército y la guerrilla de las Farc.

¿De qué manera la pérdida de la memoria, el olvido, es una amenaza para la vida en Colombia?

Catherine: Sin duda la memoria es un campo en disputa. Pues bien, seré más breve con esta respuesta. La reversa del Centro Nacional de Memoria Histórica y lo del Catatumbo corresponden a esa política para la muerte de la que se jactan aquellas minorías consistentes en nuestro país, con la implantación de sus geografías de la guerra.

En Colombia ha habido un proyecto hegemónico de Estado ligado al acceso, la tenencia y la distribución de la tierra, la desvalorización de la producción agrícola campesina familiar y la sustracción de la capacidad de decisión sobre el uso del territorio. 

En segundo lugar al despliegue político-militar a través de todo el territorio nacional, que se ha convertido en una vía para acumular riquezas. 

En tercer lugar, al proceso de neocolonización, puesto que la consolidación de capitales y de la propiedad privada de los oligopolios, se ha hecho a costa del territorio y de la conservación de la estructura ecológica de soporte. 

Hoy por desgracia nos devuelve al escenario inicial, para las y los campesinos eso sin duda rompe-corazones, mata-esperanzas. Es una agresión directa a sus modos y medios, con la ayuda además, de quienes votaron por los señores de la guerra, pero que están cómodos, lejos y distantes política y emocionalmente de los mundos rurales y comunitarios.

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