A cuatro décadas del cierre de El Morro, como botadero de basura a cielo abierto,
queremos recordar esos momentos y procesos fundamentales que lo constituyen como ícono imparcial de la transformación de la ciudad.
Una historia llena de voces diversas, de luces y sombras, también de color. Un lugar-memoria, testigo de luchas y escenas inverosímiles, que lo convierten en espacio de trabajo y de vivienda, de cotidianidades que a su vez reflejan las dinámicas de un país en un “barrio”, que se entretejen y dan nuevos sentidos a la vida de los tejedores de este “ser” que continúa su andar camaleónico.

La historia de lo eliminado y de lo eliminable es una crónica de la cultura y de la civilización (…) El reciclaje no es un invento sino una actividad natural de los humanos (…) Nada es basura hasta que se le convierte en tal (…), la expulsión del circuito productivo (…) convierte a los objetos en desechables… (debemos buscar una sociedad en la que) nada ni nadie sería inutilizable, nada ni nadie sería residuo, o por lo menos, infinitamente menos que ahora.

Óscar Caballero
Testimonio: Ernestina Herrera, tomado del libro Los doctores de la basura.

Fotografía: Anne Fischel y Glenn McNatt. Archivo donado por Anne Fischel al Centro de Memoria Barrial del CDCM. 
Ernestina llegó de Liborina con su esposo y su hijo. Ella nos cuenta cómo empiezan a trabajar en la basura, recogiendo huesos y frascos. 
Los hay de todo tipo. Por definición genérica: un montículo, un promontorio, un cerro, una acumulación de lo uno sobre lo otro. Para nosotros, es territorio de vida, patrimonio vivo, aún palpitante y a veces humeante. También podríamos abordarlo como personaje, con un pasado, nacimiento y desarrollo; o como escenario dinámico de una parte de la historia de esta ciudad.

Lo que iba a ser parque de diversiones, terminó convertido en botadero de basura a cielo abierto, y en un impensado giro argumental, fue habitado, llamado hogar y fuente de sustento para muchas personas allegadas de otros lugares, tanto de cercanías como de otros municipios y departamentos, en busca de mejores condiciones.

Diariamente los camiones añadían un tendido nuevo traído de otras zonas de la ciudad, afirmándose este suelo sin destino, o  por lo menos con destino incierto, errante hacia el cielo, siempre al lado del cauce ya canalizado de un río Medellín amansado por el cemento para permitir el “progreso”.

Si los lugares tienen alma, como dicen los ancestros, este tiene muchas. Todas caben allí, se acumulan también como capas espirituales que le dan sentido, ligado a cada ser que lo habitó, que lo habita, que está por llegar.

Un morro naciente


Aunque el ingreso de Medellín al mundo de la vida moderna se concretó a principios del siglo XX, las soluciones para el problema de la basura parecen aún incompletas. Para la década del 70, cuando Medellín se encontraba en pleno proceso de expansión urbana, el problema de la disposición adecuada de los residuos sólidos era ya un asunto ambiental a resolver. Hasta ese momento era costumbre arrojar los desechos al río Medellín, desde los puentes de Guayaquil y Barranquilla, conformar botaderos domésticos en solares o lotes sin construir, o utilizar las quebradas como depósito final de las basuras. 

“La basura caminaba” por diferentes territorios, en especial por la zona norte de la ciudad, cerca a la Universidad de Antioquia y al sector conocido como Caribe.
Testimonio: Elkin Bedoya, tomado del libro Los doctores de la basura.

Fotografías: Archivo Centro de Memoria Barrial-Edgar Jiménez.
Elkin cuenta sobre el morro naciente como lugar de juegos y diversión con sus amigos.
Aspectos jurídicos de la tenencia de los terrenos donde se ubica El Morro
En 1916 Juan Uribe Lalinde otorgó los terrenos del ahora barrio Moravia a sus hijas  Pastora Uribe de Vélez y Elena Uribe de Restrepo.
Por procesos sucesorios, dichos terrenos llegaron a ser propiedad del «Mocho» Emilio Restrepo Uribe, cuyos herederos aparecen en 1977 como los propietarios con derecho a negociar la mayoría de la extensión del predio con el municipio de Medellín.
En 1977 los terrenos son vendidos al municipio. Mediante el Acuerdo Municipal Nº 03, de abril 29 de ese año,  se modifica su carácter de bien fiscal a bien de uso público, acción que posibilita un plan de rehabilitación urbana desde el punto de vista jurídico.
En 1977, mediante acuerdo municipal, la Alcaldía de Medellín, habilita un sector del barrio Moravia como botadero de basura a cielo abierto, botadero que durante sus siete años de funcionamiento, entre 1977 y 1984, se transformó en una montaña de basura de 30 metros de alto, sobre la cual se conformó un vecindario llamado El Morro (…).[1]

En ese acuerdo municipal, la Administración de Medellín declaró los terrenos del hoy barrio Moravia como Área de Expansión del Complejo Recreativo del Parque Norte, y se aprobó su entrega a las Empresas Varias de Medellín por un período de cinco años, para depositar las basuras de la ciudad en un terreno lagunoso que debía ser adaptado mediante el sistema de relleno sanitario, hasta lograr conformar una topografía final adecuada a las necesidades de la futura ampliación del parque vecino. [2]
 
Sin embargo, la adecuación del depósito de basuras como relleno
fracasó y contrario al plan municipal  a tan solo 2.000 metros del
corazón de la ciudad se dio inicio a la conformación de un cerro de
basura, sin antecedentes en el país, que se convirtió en sitio de trabajo
y vivienda albergando aproximadamente  a unas seis mil familias en
sus alrededores y laderas.


[1] Configuraciones del hábitat informal en el sector El Morro del barrio Moravia. Sanín Santamaría, Juan Diego. Revista Bitácora Urbano Territorial, vol. 15, núm. 2, julio-diciembre, 2009. pp. 109-126. Universidad Nacional de Colombia Bogotá, Colombia. p3.

[2] La memoria cultural como dispositivo para la intervención social en MORAVIA. Centro de Desarrollo Cultural de Moravia. 2011. pp 44-45.
Para esa época ya existían en Medellín algunas personas dedicadas a la recuperación de materiales de la basura, quienes acostumbraban ir en su búsqueda a los diferentes lugares de la ciudad donde era depositada. De este modo, la basura comenzó a convertirse en la fuente de subsistencia de muchas personas que recuperaban de ella alimentos y diferentes materiales. Esto atrajo más personas e incentivó la construcción, desde 1978, de pequeños ranchos de plástico y madera.
Testimonio: Armando Olaya, tomado del libro Los doctores de la basura.

Fotografías: Anne Fischel y Glenn McNatt-Archivo donado por Anne Fischel al Centro de Memoria Barrial del CDCM.
A cuatro décadas del cierre de El Morro, como botadero de basura a cielo abierto, queremos recordar esos momentos y procesos fundamentales que lo constituyen como ícono imparcial de la transformación de la ciudad.
Una historia llena de voces diversas, de luces y sombras, también de color. Un lugar-memoria, testigo de luchas y escenas inverosímiles, que lo convierten en espacio de trabajo y de vivienda, de cotidianidades que a su vez reflejan las dinámicas de un país en un “barrio”, que se entretejen y dan nuevos sentidos a la vida de los tejedores de este “ser” que continúa su andar camaleónico.

La historia de lo eliminado y de lo eliminable es una crónica de la cultura y de la civilización (…) El reciclaje no es un invento sino una actividad natural de los humanos (…) Nada es basura hasta que se le convierte en tal (…), la expulsión del circuito productivo (…) convierte a los objetos en desechables… (debemos buscar una sociedad en la que) nada ni nadie sería inutilizable, nada ni nadie sería residuo, o por lo menos, infinitamente menos que ahora.

Óscar Caballero
Testimonio: Ernestina Herrera, tomado del libro Los doctores de la basura.

Fotografía: Anne Fischel y Glenn McNatt. Archivo donado por Anne Fischel al Centro de Memoria Barrial del CDCM. 
Ernestina llegó de Liborina con su esposo y su hijo. Ella nos cuenta cómo empiezan a trabajar en la basura, recogiendo huesos y frascos. 
Los hay de todo tipo. Por definición genérica: un montículo, un promontorio, un cerro, una acumulación de lo uno sobre lo otro. Para nosotros, es territorio de vida, patrimonio vivo, aún palpitante y a veces humeante. También podríamos abordarlo como personaje, con un pasado, nacimiento y desarrollo; o como escenario dinámico de una parte de la historia de esta ciudad.

Lo que iba a ser parque de diversiones, terminó convertido en botadero de basura a cielo abierto, y en un impensado giro argumental, fue habitado, llamado hogar y fuente de sustento para muchas personas allegadas de otros lugares, tanto de cercanías como de otros municipios y departamentos, en busca de mejores condiciones.

Diariamente los camiones añadían un tendido nuevo traído de otras zonas de la ciudad, afirmándose este suelo sin destino, o  por lo menos con destino incierto, errante hacia el cielo, siempre al lado del cauce ya canalizado de un río Medellín amansado por el cemento para permitir el “progreso”.

Si los lugares tienen alma, como dicen los ancestros, este tiene muchas. Todas caben allí, se acumulan también como capas espirituales que le dan sentido, ligado a cada ser que lo habitó, que lo habita, que está por llegar.

Un morro naciente


Aunque el ingreso de Medellín al mundo de la vida moderna se concretó a principios del siglo XX, las soluciones para el problema de la basura parecen aún incompletas. Para la década del 70, cuando Medellín se encontraba en pleno proceso de expansión urbana, el problema de la disposición adecuada de los residuos sólidos era ya un asunto ambiental a resolver. Hasta ese momento era costumbre arrojar los desechos al río Medellín, desde los puentes de Guayaquil y Barranquilla, conformar botaderos domésticos en solares o lotes sin construir, o utilizar las quebradas como depósito final de las basuras. 

“La basura caminaba” por diferentes territorios, en especial por la zona norte de la ciudad, cerca a la Universidad de Antioquia y al sector conocido como Caribe.
Testimonio: Elkin Bedoya, tomado del libro Los doctores de la basura.

Fotografías: Archivo Centro de Memoria Barrial-Edgar Jiménez.
Elkin cuenta sobre el morro naciente como lugar de juegos y diversión con sus amigos.
Aspectos jurídicos de la tenencia de los terrenos donde se ubica El Morro
En 1916 Juan Uribe Lalinde otorgó los terrenos del ahora barrio Moravia a sus hijas  Pastora Uribe de Vélez y Elena Uribe de Restrepo.
Por procesos sucesorios, dichos terrenos llegaron a ser propiedad del «Mocho» Emilio Restrepo Uribe, cuyos herederos aparecen en 1977 como los propietarios con derecho a negociar la mayoría de la extensión del predio con el municipio de Medellín.
En 1977 los terrenos son vendidos al municipio. Mediante el Acuerdo Municipal Nº 03, de abril 29 de ese año,  se modifica su carácter de bien fiscal a bien de uso público, acción que posibilita un plan de rehabilitación urbana desde el punto de vista jurídico.
En 1977, mediante acuerdo municipal, la Alcaldía de Medellín, habilita un sector del barrio Moravia como botadero de basura a cielo abierto, botadero que durante sus siete años de funcionamiento, entre 1977 y 1984, se transformó en una montaña de basura de 30 metros de alto, sobre la cual se conformó un vecindario llamado El Morro (…).[1]

En ese acuerdo municipal, la Administración de Medellín declaró los terrenos del hoy barrio Moravia como Área de Expansión del Complejo Recreativo del Parque Norte, y se aprobó su entrega a las Empresas Varias de Medellín por un período de cinco años, para depositar las basuras de la ciudad en un terreno lagunoso que debía ser adaptado mediante el sistema de relleno sanitario, hasta lograr conformar una topografía final adecuada a las necesidades de la futura ampliación del parque vecino. [2]
 
Sin embargo, la adecuación del depósito de basuras como relleno
fracasó y contrario al plan municipal  a tan solo 2.000 metros del
corazón de la ciudad se dio inicio a la conformación de un cerro de
basura, sin antecedentes en el país, que se convirtió en sitio de trabajo
y vivienda albergando aproximadamente  a unas seis mil familias en
sus alrededores y laderas.


[1] Configuraciones del hábitat informal en el sector El Morro del barrio Moravia. Sanín Santamaría, Juan Diego. Revista Bitácora Urbano Territorial, vol. 15, núm. 2, julio-diciembre, 2009. pp. 109-126. Universidad Nacional de Colombia Bogotá, Colombia. p3.

[2] La memoria cultural como dispositivo para la intervención social en MORAVIA. Centro de Desarrollo Cultural de Moravia. 2011. pp 44-45.
Para esa época ya existían en Medellín algunas personas dedicadas a la recuperación de materiales de la basura, quienes acostumbraban ir en su búsqueda a los diferentes lugares de la ciudad donde era depositada. De este modo, la basura comenzó a convertirse en la fuente de subsistencia de muchas personas que recuperaban de ella alimentos y diferentes materiales. Esto atrajo más personas e incentivó la construcción, desde 1978, de pequeños ranchos de plástico y madera.
Testimonio: Elkin Bedoya, tomado del libro Los doctores de la basura.

Fotografías: Archivo Centro de Memoria Barrial-Edgar Jiménez.