Los hay de todo tipo. Por definición genérica: un montículo, un promontorio, un cerro, una acumulación de lo uno sobre lo otro. Para nosotros, es territorio de vida, patrimonio vivo, aún palpitante y a veces humeante. También podríamos abordarlo como personaje, con un pasado, nacimiento y desarrollo; o como escenario dinámico de una parte de la historia de esta ciudad.
Lo que iba a ser parque de diversiones, terminó convertido en botadero de basura a cielo abierto, y en un impensado giro argumental, fue habitado, llamado hogar y fuente de sustento para muchas personas allegadas de otros lugares, tanto de cercanías como de otros municipios y departamentos, en busca de mejores condiciones.
Diariamente los camiones añadían un tendido nuevo traído de otras zonas de la ciudad, afirmándose este suelo sin destino, o por lo menos con destino incierto, errante hacia el cielo, siempre al lado del cauce ya canalizado de un río Medellín amansado por el cemento para permitir el “progreso”.
Si los lugares tienen alma, como dicen los ancestros, este tiene muchas. Todas caben allí, se acumulan también como capas espirituales que le dan sentido, ligado a cada ser que lo habitó, que lo habita, que está por llegar.